El
tiempo es un verdadero misterio. No terminamos de entender el profundo influjo
que ejerce sobre nosotros. Sin embargo, más allá del misterio que entraña el
tiempo, quizá debería preocuparnos lo que hacemos con él.
Las
soleadas mañanas de invierno que se cuelan por la ventana de mi habitación, el
calor de los besos y abrazos de mi hijo Pau, el tibio susurro de una voz amiga. El
tiempo pasa inexorablemente para todos. Quisiéramos, quizás, ver cómo se
detiene en un determinado punto en el que, quizá, consideramos que fuimos
felices, si es que eso existe en sentido general, más allá de un momento
específico.
Cuando
de vez en cuando el transitar de los años me doblega a la nostalgia suelo hacer
inventario de las muchas cosas por las que merece la pena vivir. La fresca brisa
del mar al amanecer, un atardecer viendo como el sol se oculta, la sonrisa de
una cara desconocida con la que nos cruzamos en la calle, un vaso de agua que
nos acompaña, el soniquete de nuestra canción favorita, las olas del mar que
forman nubes de espuma blanca en su cresta, el lazo estrecho que une el pasado
y el presente, la indescriptible misericordia de DIOS, la esperanza de vida
eterna... Somos seres privilegiados y a menudo nos olvidamos de ello.
He
aprendido que con el paso de los años, éstos me han aportado sabiduría,
prudencia y buen hacer. Es decir, un crecimiento y aprendizaje continúo. Hoy a
mis 50 años deseo que ese paso del tiempo traiga a mi corazón más sabiduría,
poder crecer en energía.
Pido
a DIOS me dé discernimiento para que con el devenir de los años, no acentué
todos y cada uno de mis errores y defectos. Que se corrijan y se disuelvan si
es posible. Que con el rumbo que DIOS imprime a mi corazón, con su intervención,
poder ser una nueva persona, maduro, con prudencia, autocontrol, coherencia, con
sabiduría… y contar con una buena dosis de su poder divino para que la obra del
Espíritu Santo esté en mi corazón, en mis actos y también en mis palabras.
Además,
pido a DIOS que me ayude a no tener miedo de ir contracorriente para vivir mi
Fe en Él. A no tener miedo a servirle, olvidándome de mi mismo, y todo en la gracia
de DIOS.

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