Alguien me dijo recientemente que cuando llegamos a los 50, tanto hombres como mujeres, nos hacemos invisibles, que nuestro protagonismo en la escena de la vida declina y que nos volvemos inexistentes para un mundo en el que sólo cabe el ímpetu de los años jóvenes.
Como a mi me gusta reflexionarlo todo, no sé si me habré vuelto invisible para el mundo, es muy probable, pero nunca fui tan consciente de mi existencia, nunca me sentí tan protagonista de mi vida, y nunca disfruté tanto de cada momento de mi existencia como ahora.
He descubierto al ser humano que sencillamente soy, con sus miserias y sus grandezas. Descubrí que puedo permitirme el lujo de no ser perfecto, de estar lleno de defectos, de tener debilidades, de equivocarme, de no responder a las expectativas de los demás. Y a pesar de ello.... quererme mucho.
Cuando me miro al espejo ya no busco al que fui. Sonrío a lo que soy ahora y me alegro del camino andado con sus obstáculos, decepciones, traiciones y contradicciones. Me considero un ser bendecido.
Siento que debo saludar al joven que fui con cariño, pero dejarlo a un lado porque ahora me estorba. Su mundo de ilusiones y fantasía, me sigue interesando pero ahora con los pies bien pegados a tierra.
He descubierto que puedo pasar tiempo conmigo y disfrutarlo. Que mi actitud ante la vida es lo que crea mi realidad, y que mientras más me doy sin esperar nada a cambio, mas recibo.
© Jaume Ferrer – [Martes, 16 de Agosto de 2016 | 13:03 hrs]
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